Dicen que no se debe juzgar a nadie sin haberse puesto en su lugar. Eso probablemente lo sabía muy bien la Madre Teresa. Tras haber vivido casi treinta años entre los más pobres de los pobres de Calcuta —algo que siguió haciendo durante otros veinte años—, en 1979 se le concedió el Premio Nobel de la Paz. En su discurso de aceptación del premio explicó que toda persona, sea quien sea, es única y tiene gran valor, y sólo cuando aprendemos a respetar esa unicidad podemos empezar a ayudarla a mejorar su vida.
No es tan fácil ponerse en el lugar de un indigente. Cuando vivía en Uganda encontré un par de zapatos desechados que, para mí, se convirtieron en símbolo de África y sus habitantes, que no por pasar penurias pierden su afabilidad. Por las manchas de cemento, era evidente que su último dueño había sido un obrero de la construcción. Como muchas otras personas a las que observé allí, sin duda trabajó largas horas bajo un calor sofocante, sin protegerse del sol y sin otro almuerzo que un par de trozos de caña de azúcar. Usó esos zapatos hasta que las suelas estaban tan agujereadas que ya no brindaban ninguna protección. Cuando ya no tenía caso llevarlos puestos un día más, los abandonó. Y así fue como yo los encontré. Sin él saberlo, aquellos zapatos sirvieron para mostrarme la insignificancia de mis problemas.
Por eso no tuve ninguna vacilación cuando un tiempo después un joven tocó a mi puerta solicitando ayuda. Se había ganado una beca para un internado, pero le faltaba cumplir un requisito: no tenía zapatos. Me preguntó si podía regalarle unos que me sobraran. Los que yo llevaba puestos aquel día le quedaban bien, y se los di.
Por supuesto, ese sencillo gesto no me convirtió en un santo como la Madre Teresa. Sin embargo, creo que en ese momento sentí en mi interior lo mismo que la motivó a ella durante tantos años: «El amor de Cristo nos constriñe» (2 Corintios 5:14).
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Proverbios 18:2 Al necio no le complace el discernimiento; tan sólo hace alarde de su propia opinión.
Proverbios 14:29 El que es paciente muestra gran discernimiento; el que es agresivo muestra mucha insensatez.
Proverbios 17:27 El que es entendido refrena sus palabras; el que es prudente controla sus impulsos.
No es tan fácil ponerse en el lugar de un indigente. Cuando vivía en Uganda encontré un par de zapatos desechados que, para mí, se convirtieron en símbolo de África y sus habitantes, que no por pasar penurias pierden su afabilidad. Por las manchas de cemento, era evidente que su último dueño había sido un obrero de la construcción. Como muchas otras personas a las que observé allí, sin duda trabajó largas horas bajo un calor sofocante, sin protegerse del sol y sin otro almuerzo que un par de trozos de caña de azúcar. Usó esos zapatos hasta que las suelas estaban tan agujereadas que ya no brindaban ninguna protección. Cuando ya no tenía caso llevarlos puestos un día más, los abandonó. Y así fue como yo los encontré. Sin él saberlo, aquellos zapatos sirvieron para mostrarme la insignificancia de mis problemas.
Por eso no tuve ninguna vacilación cuando un tiempo después un joven tocó a mi puerta solicitando ayuda. Se había ganado una beca para un internado, pero le faltaba cumplir un requisito: no tenía zapatos. Me preguntó si podía regalarle unos que me sobraran. Los que yo llevaba puestos aquel día le quedaban bien, y se los di.
Por supuesto, ese sencillo gesto no me convirtió en un santo como la Madre Teresa. Sin embargo, creo que en ese momento sentí en mi interior lo mismo que la motivó a ella durante tantos años: «El amor de Cristo nos constriñe» (2 Corintios 5:14).
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Proverbios 18:2 Al necio no le complace el discernimiento; tan sólo hace alarde de su propia opinión.
Proverbios 14:29 El que es paciente muestra gran discernimiento; el que es agresivo muestra mucha insensatez.
Proverbios 17:27 El que es entendido refrena sus palabras; el que es prudente controla sus impulsos.
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