jueves, 10 de septiembre de 2015

Nuestra naturaleza rebelde

Me he dado cuenta que a la mayoría de nosotros nos cuesta trabajo seguir instrucciones. Desconozco si se deba a que nosotros no escribimos las instrucciones, a una rebeldía inherente en los hombres o simplemente a esa manera de ser de llevar siempre la contra aun cuando sabemos que las reglas son por nuestro bien, nos den seguridad o faciliten nuestra vida.
Este mes el cable de corriente eléctrica que lleva la energía del poste al edificio de la iglesia se rompió en tres ocasiones distintas a la mitad del servicio. El cable trozado con las puntas “vivas” y la corriente fluyendo por él estaba a la mitad de la calle. Esto representaba un alto riesgo para las personas que quisieran pasar por esa calle. Algunas personas de nuestra iglesia bloquearon el paso a las personas y, según me platicaron después, la gente insistía en pasar a pesar de explicarles el riesgo y el peligro. “¿Por qué me vas a impedir que pase? ¿Qué no soy libre por transitar por donde yo quiera? ¿Quién eres tú?…”
Me impresiona mucho que a veces así somos también con Dios. Él sabe perfectamente lo que nos conviene y nos dice por dónde sí pasar y por dónde no. Pero nuestra actitud muy pocas veces es la correcta. “¿Quién se cree Dios que es para decirme lo que debo hacer con mi vida?”, pensamos. Mucha gente sencillamente ignora las instrucciones de Dios y considera que su propia opinión es mucho mejor.
En Números 9:15-23

 la Biblia nos relata acerca del peregrinar del pueblo de Israel por el desierto. Una y otra vez enfatiza este pasaje que “al mandato del Señor los hijos de Israel partían y al mandato del Señor acampaban” No importaba si era un día o una semana o un mes o un año, si el Señor decía acampar, allí se quedaban y no se movían. Si decía partir, todos marchaban a una.
¿Qué mandato sigues en tu vida? Puedes decir como el pueblo de Israel que al mandato del Señor respondían o respondemos más al mandato de nuestros caprichos, envidias, celos… Te invito a que respondamos al mandato de nuestro Señor. Estudia Su Palabra, conoce Su voluntad y síguelo.
Dios te bendiga.
Publicado en La Paz de Cristo
 el 22 de Agosto de 2014 por Jorge A. Salazar

miércoles, 9 de septiembre de 2015

El Temor a Dios

“Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios.” Proverbios 28:14.

El temor del Señor es el comienzo y el fundamento de toda verdadera religión. Sin un solemne temor y reverencia de Dios, no hay un asidero para las virtudes más resplandecientes. Aquel hombre cuya alma no adora, no vivirá nunca en santidad. Feliz es quien siente un temor celoso de hacer el mal. El santo temor se fija, no únicamente antes de saltar, sino incluso antes de moverse.
Tiene un temor de errar, temor de descuidar su deber, temor de cometer pecado. Teme las malas compañías, la conversación liviana, y las tendencias cuestionables. Esto no hace desdichado al hombre, sino que le trae felicidad. El sentinela vigilante es más feliz que el soldado que se duerme en su puesto. Quien anticipa el mal y huye de él, es más feliz que quien sigue adelante descuidadamente y es destruido.
El temor de Dios es una gracia tranquila que conduce a un hombre a lo largo de una calzada selecta, de la cual está escrito: “No habrá allí león, ni fiera subirá por él.” Temer la simple apariencia del mal es un principio purificador que capacita al hombre, por medio del poder del Espíritu Santo, a mantener sus vestiduras inmaculadas de cualquier mancha del mundo. En ambos sentidos el que“iempre teme” es hecho feliz.
Salomón había probado tanto la mundanalidad como el santo temor: en el uno encontró vanidad, y en el otro felicidad. No repitamos su experimento, sino que debemos ajustarnos a su veredicto.

Charles Spurgeon.
La Chequera del Banco de la Fe. Traducción de Allan Román.